SANTA FE, Argentina. “Cuando tenía 14 años empecé a trabajar con las artesanías, porque mi abuelita me enseñó; ella me enseñó todo. Cuando me quedé con mi tía, ella me mandó a la escuela, pero a mí no me interesaba ir porque yo tenía que trabajar para ganar algo para comer”.
Ese es el primer recuerdo que evoca Graciela Hilguero, presidenta de la cooperativa de trabajo Qom Alphi, cuando se le pregunta cómo empezó a hacer cestería con hoja de palma. Se trata de una técnica que se ha transmitido de generación en generación en el pueblo indígena qom, y que hoy es uno de los “orgullos” y los “tesoros” de la comunidad, según palabras que la propia Graciela elige para describir a la actividad que ocupa buena parte de sus días y sus noches.
La cooperativa de trabajo Qom Alphi (“Mujeres Qom”, en el idioma de ese pueblo indígena) comenzó su historia en el 2018, a partir de la unión entre dos grupos de mujeres: las artesanas qom de la comunidad que habitan en los barrios Las Lomas y Santo Domingo de la ciudad de Santa Fe y las criollas que integran la Mutual de Voluntarias de la provincia.
Las primeras, luego de haber visto los buenos resultados que obtuvieron las artesanas de Chaco a partir de organizarse para vender su trabajo, centrado en la técnica ancestral de la cestería con hoja de palma, buscaron apoyo en las segundas.
Un tejido para la libertad
Las voluntarias son cuatro: Pilar Cabré, Noelia Carrizo, Mercedes Carrizo y Sofía Novaira. Tienen entre 30 y 40 años y actualmente compaginan sus trabajos propios con el tiempo que le dedican, ad honorem, a la tarea social en Qom Alphi.
Desde el diálogo y el intercambio cultural, elaboraron distintas estrategias comerciales, organizativas y comunicacionales para contribuir a la consolidación del grupo de artesanas y la difusión de su producción. Pero eso no fue todo: el vínculo entablado puso de manifiesto la necesidad de abordar también otras problemáticas, como el derecho a la educación, el acceso a la salud y la violencia de género.
Recuerdan que empezaron con reuniones para ir conociendo a las artesanas que, en ese entonces, formaban un grupo reducido. Al principio, lograron dar con una primera cliente, una influencer que vive en Buenos Aires, quien comenzó a encargar productos y con ella llegaron más clientes. Sin embargo, se trató de un proceso lento ya que esos compradores les pedían diseños especiales, con medidas que las mujeres no sabían o no querían trabajar.
“Nos dimos cuenta de que ellas querían ser libres en lo que tejían. Se sumaron algunas y otras se fueron. Íbamos todas las semanas al barrio, les llevábamos fotos con diseños y medidas. El grupo comenzó a crecer y comenzó el desafío de poder darles trabajo a todas. De a poco, comenzaron a entender el potencial de cumplir con los pedidos. Antes vendían sólo en la calle, pero después se dieron cuenta de que con este sistema podían tener una economía bastante regular, cobrando todos los viernes”, rememora Sofía al hablar de los inicios de la colaboración.