A las 23:46 horas del pasado 18 de enero, unos 50 kilómetros (km) al suroeste de la ciudad de San Juan se produjo un sismo superficial de una magnitud de 6,4 en la escala de Richter (Mw), que tuvo su epicentro en la Precordillera Sanjuanina.
Dado su carácter destructivo –se derrumbaron viviendas de adobe mientras otras se vieron gravemente afectadas, se reportaron heridos y se produjo una grieta en la Ruta Nacional 40 que une las capitales de las provincias de San Juan y Mendoza-, de acuerdo con la mirada de los especialistas, se puede considerar al acontecimiento como un terremoto. La intensidad máxima en la escala Mercalli Modificada, que mide los efectos del terremoto, fue de grado VII en la zona epicentral.
Otra característica del sismo es que tuvo una profundidad de apenas unos 8 km, lo que llevó a que la energía liberada en forma de ondas sísmicas cubriera una superficie importante, en un área en la que confluyen varios departamentos del sur y oeste de la provincia de San Juan. La profundidad es un dato a tomar en cuenta, ya que otros sismos ocurridos en la provincia de magnitud semejante, pero a mayor profundidad, han tenido efectos notoriamente más leves.
Una semana después de ocurrido el sismo se habían registrado alrededor de 380 réplicas, de las cuales menos de una decena tuvo una magnitud mayor a 4. El pronóstico de los especialistas indica que las réplicas se van a seguir sintiendo por semanas y hasta meses, pero seguramente se irán espaciando en el tiempo, así como disminuyendo en magnitud.
“Se trata del terremoto más destructivo ocurrido en San Juan en los últimos 44 años, o sea, desde el que tuvo lugar en noviembre de 1977. Aunque en aquella ocasión, los efectos destructivos fueron mucho mayores y hubo decenas de víctimas fatales”, indica Patricia Alvarado, investigadora principal del CONICET y directora del Grupo de Sismotectónica del Centro de Investigaciones de la Geósfera y Biósfera (CIGEOBIO, CONICET-UNSJ).
Alvarado es además integrante del Observatorio Sismológico que funciona en el CIGEOBIO y del que también participan investigadores, becarios, CPA y técnicos del CONICET. “Hay información importante sobre el sismo, como el sector en el que tuvo su epicentro, que se pudo conocer de manera automática gracias a que contamos con una red de sismógrafos distribuidos en diferentes puntos de la provincia, a la que nuestro observatorio -además de aportarle equipos propios- se encarga de mantener conectada y operativa, incluso durante la pandemia.
Eso hizo posible que apenas ocurrido el sismo, se le pudiera indicar a Protección Civil que debía dirigir su ayuda principalmente hacia al sur de la provincia. Esta tarea de mantenimiento de las estaciones y de la conectividad entre ellas, que hacemos coordinadamente con el Instituto Nacional de Prevención Sísmica (INPRES), es invisible la mayor parte del tiempo, pero cobra gran relevancia cuando ocurre un sismo de estas características”, afirma la investigadora, que también es directora ejecutiva del INPRES.
La colaboración estrecha entre el Observatorio Sismológico del CIGEOBIO y el INPRES se afianzó en 2015, cuando el CONICET designó al Grupo de Sismotectónica para que representara al organismo en la elaboración del Protocolo de Sismos del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación. En la actualidad, mientras el INPRES es operativamente responsable de la implementación de este protocolo, el CIGEOBIO es el organismo que debe proveer la información base sobre la que se toman las decisiones. Además, el observatorio, en el que se desarrollan diferentes proyectos de investigación, se mantiene conectado de manera continua con centros del exterior.